Imperfectamente Hermosos

Tiene los ojos grandes, la boca jugosa, la mano ágil que atrapa todo sin contención ni dirección y enseguida lo deja caer por encima de su compañera más fiel, su silla de ruedas, porque nada retiene su atención fuera de su mundo interior al que nadie puede acceder.
Mira sin ver ese espacio para ella infinito, y escudriña sin comprender nada de cuanto le rodea, pero sabe atrapar al vuelo la cuchara cargada y aproximarla a la boca que abre en cada viaje, si el contenido es de su agrado, y cerrarla herméticamente cuando no lo es. Sí, ella sabe. Y los demás sabemos que su sonrisa no envejecerá como lo hacen las nuestras, que su rostro nunca se verá roturado por el paso del tiempo, porque la cara oscura de la vida ni siquiera le rozará.

De sus ojos brota una luz sin mácula 
ni fronteras, más allá de mi y de ella, más allá de la verdad y la mentira, más allá de sus compañeros imperfectamente hermosos, nacidos para un fin superior que sólo comprenden quienes saben comprender más allá de las palabras y de las creencias.
Su sonrisa es el mayor de los regalos y su torpeza, eternamente infantil, un hálito de gracia para quienes la ayudan en cada instante, porque ella, ellos, imperfectamente hermosos, viven cada instante como si ningún otro fuera a llegar, con una intensidad e ingenuidad única e irrepetible.
Y siento que nuestro lenguaje es el de la complicidad que hemos alcanzado a través de nuestro silencio compartido, o de nuestro mundo de pequeños sonidos primitivos, anteriores a la palabra y, sin embargo, mucho más elocuentes.
Y pienso que tal vez ellos están aquí como una conciencia imperturbable, o que tal vez sean el contrapunto necesario para que algunas vidas tengan su razón de ser.
Comoquiera que sea, ellos son ya, inevitablemente y para siempre, imperfectamente hermosos.




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