SEGOVIA PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD EN GLOBO


Las luces están aún encendidas cuando alcanzamos el “Alto de la Piedad” desde donde se puede contemplar toda la ciudad aún dormida, recortada sobre un fondo en el que asoman los primeros destellos del día. Al este, al fondo del paisaje urbano, el mudo testigo de la historia romana, el acueducto. Casi en el centro pero algo más al oeste que el eje vertical de la vista panorámica, la esplendorosa catedral gótica. En el extremo oeste el Alcázar del que un día saliera para ser coronada reina de Castilla Isabel la Católica.


En el Alto de la Piedad hay una diminuta ermita acompañada de cruces que parecen hacer la función de árboles. Por un instante pasa por mi mente la idea de que esas cruces puedan tener que ver con algún accidente de globo, pero no es así pues fue construida en tiempo de Enrique IV y más tarde nos informan de que no existen antecedentes.

Laureano Casado nuestro piloto, está llegando con su Toyota 4x4 y el remolque en el que transporta el cesto y el globo.



Laureano es un experto que ha colaborado en muchos programas de “Al filo de lo imposible” de TVE. Le salieron los dientes, como aquél que dice, pilotando aviones y lleva más de 15 años sobrevolando con su globo ciudades hermosas del entorno de Madrid. Hoy toca Segovia. El pronóstico del tiempo es perfecto, pero no hay que perder un minuto. El riesgo está medido y él sabe que las primeras horas del día antes de que las capas de aire próximas al suelo se calienten, es cuando menos riesgos hay.


El despegue

Apenas son las siete cuando el cerro que mira despertar a una de las más bellas ciudades del mundo se puebla de más cestos y más globos. Ahora el suelo del montículo ha desaparecido prácticamente bajo las telas multicolores de los globos.

Poco a poco el aire los va engordando hasta engullir la visión de la catedral, del Alcázar.

Cirros.com, es el nombre de nuestro medio de transporte de hoy. Laureano lo va llenando de aire, hasta 6000m3, con un ventilador y cuando ya está prácticamente lleno como si fuera una breva gigante apoyada sobre su vientre, empieza a encender la mecha del gas desde la cesta que reposa también sobre su costado y yace inerme esperando a ser ocuada por pasajeros y tripulante mientras muestra su parte más débil, la base externa de cuero que debe sustituirse cada 100 vuelos.

Expectantes ante las maniobras y el amanecer que asoma al otro lado del acueducto iluminando el horizonte, esperamos a la señal de abordaje para iniciar el despegue.

El miedo se intuye en algunos rostros y la pregunta vergonzante sale finalmente de unos labios ¿es peligroso Laureano?

Seguro que se la han hecho cientos, miles de veces, pero él responde con una amplia sonrisa como si fuera la primera vez y sus explicaciones se resumen tan rápida como simplemente: “es el medio de transporte más seguro ¿alguna vez han oído hablar de un accidente de globo?”.

Por fin recibimos la ansiada orden: arriba ¡vamos¡



Acceder al cesto es sencillo; está provisto de varios huecos en escalera para ir colocando los pies. Se divide en tres partes, en la cabecera el tripulante con 4 bombonas de gas que contienen 140k y los mandos que le permiten abrir y cerrar la llama con cuyo calor ascendemos. El resto del cesto se divide en dos partes longitudinales y simétricas en las que vamos diez personas, cinco a cada lado.


La barquilla pesa unos 250k y el globo admite una carga de 1500k, sobra capacidad.

Los miedos se van pasando conforme nos alejamos del suelo con una suavidad solo imaginable en el vuelo de un ave. Apenas se aprecia el ascenso, imperceptible si no fuera por el tamaño, cada vez más pequeño, de los demás globos que aún no han despegado y los vehículos y personas que les rodean en la cima, ahora exigua en el contexto del paisaje vertical.

Desde esta altura la ciudad es como una maqueta que cabe en la pequeña pantalla de nuestras cámaras y pronto se verá invadida por otros colores. Uno, dos, tres globos han comenzado su ascensión y se interponen entre las agujas de la catedral, las torres del Alcázar, el horizonte y… nosotros.

El aire no sopla, son nuestras respiraciones lo que escuchamos. De tarde en tarde se suma el chisporroteo de la lengua de fuego que se abre camino por el hueco central del globo. Pero no hay riesgo, el espacio es muy amplio, son 28 metros de altura y otros casi 28 de anchura lo que le permiten su función de calentar el aire que se ha adueñado de todo ese espacio, sin quemar.

Laureano gira una y otra vez la barquilla para que todo el mundo disfrute de cuantos paisajes son posibles entre la sierra de Guadarrama y el manto verdiazul del que se rodea la hermosa ciudad de Segovia, un día residencia del rey Alfonso X el Sabio.

Y también para rendir homenaje a la historia estamos aquí pues en un día de junio tal como hoy, 325 años más tarde de aquel de 1783, los hermanos Montgolfier descubrieron, por casualidad, (como casi todos los descubrimientos) cómo volar iba a ser posible para el hombre.


Hijos de un papelero francés que tenía otros 14 vástagos, observaron cómo una bolsa que reposaba junto al fuego del hogar se empezaba a elevar al llenarse con el aire caliente y el chisporroteo que procedía de la chimenea.
Conseguidos los medios económicos para poner a prueba su teoría gracias al Marqués de Arlandés hicieron una primera demostración en junio de 1783, haciendo que un globo de 11 metros de diámetro, de lino forrado de papel, se elevara entre 1600 y 2000 metros y se mantuviera unos minutos en el aire descendiendo sin accidentes a unos kilómetros del punto de partida. Unos meses más tarde el experimento se repitió ante el mismísimo palacio de Versalles y el rey Luis XVI, esa vez con un particular cargamento: un gallo, una oveja y un pato. En noviembre de ese mismo año el propio Marqués de Arlandes y Pilarte de Rozier ascendieron a 100 metros sobre París y durante 25 minutos se desplazaron a 9km de distancia del lugar de despegue.
El sol se ha ido asomando tímidamente y las corrientes de aire comienzan a amenazar nuestra permanencia en esta atalaya privilegiada y con la misma dulzura con que ascendimos Laureano nos instruye para el último momento del descenso: “flexionad un poco las rodillas y no miréis hacia arriba por si el cesto golpea el suelo para que nadie pueda lesionarse en las cervicales, agarraos bien a las asas que hay en la pared que divide los lados simétricos de la barquilla pero no os arañéis los nudillos con el mimbre.

El cielo sigue aún poblado de otros globos que salieron más tarde. No podemos adentrarnos en la sierra ni en los campos de ganaderos privados pues lo primero es peligroso y lo segundo tal vez disturbe a los animales. Hemos de asumir una efímera despedida de esta increíble sensación de espectadores, de pequeños dioses del mundo, de gigantes manejando con hilos invisibles las marionetas de la tierra.


Nosotros hemos sido más afortunados y nuestro “campo de aterrizaje” ha sido el solar de la fábrica de chorizos Cantimpalo.

Desde aquí Laureano pide por el teléfono con el que ha estado conectado todo el tiempo que el todo terreno y el remolque vengan a recogernos. El aterrizaje nunca es en el mismo punto que el despegue, el viento manda, aunque nuestro experto piloto controle que el descenso se haga en el lugar adecuado dentro de las posibilidades que se presentan.

Mientras él maniobra con el chorro de calor ya en el suelo, adonde hemos llegado sin apenas percibirlo, la mitad de los pasajeros descienden para ayudar en la maniobra de situar en posición de ser recogida la tela del globo y la barquilla. Los demás hemos de permanecer aún para que el globo no se despegue del suelo. Pronto salimos los demás por el mismo procedimiento de entrada.

La recogida de la tela es aún más emocionante que su despliegue. Todos ayudamos a sacar el aire retorciéndola como si quisiéramos escurrirle un agua inexistente. Al poco sólo se aprecia un rollo amarillo alargado. Ha llegado el momento de introducir la tela en su saco y ¡dios mío! parecía que no le quedaba aire pero sí, aún hay que arrojarse literalmente sobre la tela mientras luchamos por introducirla en su funda para extraerle los últimos suspiros, esos que hemos dado al saber que el vuelo estaba por terminar.



El remolque es colocado en posición y cuando el saco reposa ya en su interior, es el momento de enganchar el cesto en la polea de la que está provisto el furgón y dejarlo subir por la pequeña rampa ayudado por dos cintas de rodillos que lo transportan hasta su posición final.

Es hora de volver al cerro del que partimos hace una hora y de recibir nuestro bautismo.

El rito del bautismo
Antiguamente la ceremonia pedía que los que iban a recibir el bautismo de su primer vuelo se arrodillaran y se buscaran el nombre de un ave mientras el maestro de ceremonias tomaba un puñado de tierra y diciendo esta es la tierra que tanto deseabas volver a pisar y no podías te la echaba por encima y mientras te quemaban un mechón de pelo decían estas son las cenizas de tu cuerpo y con las cenizas y la tierra mezclados con agua se les bautizaba con el nombre de ave elegido.

Pero de este rito hoy nos queda solo la mejor parte, una botella de champán con la que brindamos mientras recibimos nuestro diploma de pasajeros del aire.

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