India A Flor de Piel

Para mi un país, como una persona, es la suma de lo que queda en nosotros, en mi, en este caso, como resultado de una suma de impresiones.

Empieza la cuenta con la idea que tenemos del lugar antes de conocerlo por lo que hayamos leído, estudiado o escuchado de otras gentes.

La primera suma se produce cuando lo pisamos y recibimos una primera impresión. La mayoría de las veces, como con las personas, nuestro juicio, temerario porque carecemos de elementos de juicio objetivos, pero intuitivamente válido, suele ser acertado. Nuestra educación nos permite detectar una serie de señales que actúan sobre el subconsciente con enorme agilidad, tanto que ni siquiera nos percatamos de ello y por eso somos capaces de anticipar deducciones automáticas.

El siguiente sumando es más real y cuenta con datos todo lo objetivos que pueden ser dentro de los condicionantes formativos que nos constriñen.

Acumulamos a lo largo de nuestro viaje información histórica y experiencias de vida directas, cargadas de anécdotas y sucedidos, de personas, de luces, aromas ...

Todo ello, penetra nuestra mente atenta y lista para acoger lo nuevo.

Ahora nos hemos conformado una idea. Pero si dejamos pasar un tiempo, el suficiente para que la magia de lo novedoso se haya borrado, tendremos un elixir de lo que acumulamos, una esencia que perdurará en nuestra mente mezclada con los sentidos del gusto y el olfato, el oído y la vista. Estaremos en disposición de hacer un relato y describir un país adjudicándole una música, un olor, un color, un tacto, de definirlo como si de un ser humano se tratase, con su carácter incluído.

Esta es la impronta que marcará nuestros recuerdos y la que, al final permanecerá. Como el poso de la cultura que queda con el paso de los años cuando ya no recordamos fechas o cronologías con demasiada exactitud y permanece sólo el devenir de la historia como un cuento cuyos personajes nos resultan harto conocidos.

Diciembre - Primer día
Salimos vía Londres-Zurich-Karachi hacia Kathmandú a las 13.00.

Diciembre - Segundo día
Llegamos a Kathmandú a las 16,30. Nuestro equipaje no llega con nosotros. Después de horas averiguamos que se ha quedado en Frankfurt sin saber por qué hado. Como nadie lo ha reclamado lo introducen en una cámara de detección y desactivación de bombas de la que no podrá salir en 24 horas. Mañana no hay ningún vuelo de Frankfurt a Kathmandú. Tendremos que esperar a pasado mañana para recuperarlo.

Salimos "de compras" al centro de la ciudad –bragas, calcetines, cepillos de dientes...– buscamos lo más elemental para dos días . Los precios de unas bragas de algodón van desde las más finas (sin marca) más de 1.000 pts. (unas 400 rupias que es la tercera parte de un sueldo medio en Nepal), hasta 100 pts (unas 40 rupias) –modelo tipo Alcampo–. Imposible comprar jerseys o ropas de abrigo en el SUPERMARKET, que es de todo –estilo decomisos de Arenal– menos de comida.

La gente es amable y pacífica pero ineficaz.

Diciembre - Tercer día
Seguimos con la misma ropa pero el grupo, integrado por once miembros, heterogéneo al tiempo que afín, impasible. No estamos dispuestos a que nada nos agüe la fiesta.

Visita de la estupa –monumento al dios o a la unidad de la que todo procede– de Kathmandú, llamada de los monos, por la cantidad que hay, además de otro nombre imposible de recordar salvo mirando la "chuleta" del viaje. También hubiera podido llamarse de las palomas –a cientos– o de los perros –en menor cantidad pero muchos–, todos ellos conviviendo en paz –salvo cuando los monos le roban a los fieles su ofrenda directamente de las manos–.

Las mujeres y los niños van muy pintados, con khol principalmente en torno a los ojos para protegerlos de enfermedades oculares. Sobre la frente destaca el polvo naranja con que los oferentes ungen a sus figuras divinas.

Hay niebla y hace frío, aunque no intenso, pero del que cala los huesos. Algunas mujeres, descalzas como casi todos los pobres de Nepal, se acuclillan junto a las lamparillas de aceite que se ofrendan al dios mono. Una de ellas va retirando las que se apagan. Puede que este calor sea más fuerte que el divino.

En Nepal es fácil rezar. Cada templo o estupa tiene unos cilindros metálicos llamados "molinos" con escritura en sánscrito por fuera y 108 plegarias en papel en su interior. Basta girarlos de derecha a izquierda y cada vuelta se multiplicará por las plegarias que hay dentro, sin necesidad de leerlas. En la explanada de acceso a todos los templos budistas hay muchos molinos.

La gente no sabe lo que es la prisa, como en los países árabes. Por la tarde hemos ido a la "durbar", plaza central de la ciudad de la que irradian sus calles principales.

He dado caramelos y galletas a los niños que nos acompañaban en comitiva y he comprado un candado chino con forma de león a una niña de hermosos ojos negros, cargada con otra aún más pequeña si cabe a su espalda, que me siguió durante todo el recorrido de más de una hora. Lo compré al precio más alto de cuantos me ofrecieron. Todos los niños llevaban el mismo modelo pero ella había sido paciente y me preguntaba cosas en inglés y en español.

Al pasar junto a una tienda de bollos, mientras intentaba sin presión venderme esta vez por diez rupias una sortija de latón, la invité a pedir lo que quisiera. La cara que enmarcaban dos coletas tirantes y un pequeño flequillo mal desfilado, se iluminó. Eligió una bolsa como de patatas o cortezas fritas. Era la que abultaba más. Me costó 8 rupias (unas 20 pesetas) y las dos rupias que me devolvieron se las regalé. No tuve tiempo de reaccionar. En un rápido movimiento me abrió la mano, depositó la sortija y salió corriendo.

En ese momento me sentí miserable. Ella me daba algo mucho más importante que cualquier objeto o dinero que yo hubiera podido regalarle. En vano traté de alcanzarla, de retenerla, pero ella se escabulló. No quería ni las gracias.

No sé cuantos años tendría pero no más de diez. Luego he visto más ojos como los suyos, profundos y de un negro brillante y más bocas sonrientes como hojas de cuchillo blandidas en medio de la miseria.

Diciembre - Cuarto día
¡Hemos recuperado nuestras maletas!

Hoy tocaban Patán y Pasupatinah con el río Bagmatí, equivalente del Ganges en la India. Siento decir que ver quemar a un muerto no me ha impresionado.

La tarde se ha ido en las compras. Creo que la técnica del regateo es como estudiar medicina o ser maestro, puramente vocacional. Yo no siento esta llamada.

Diciembre - Quinto día
Bagthapur, o Baghdaón, es una ciudad medieval en la que los niños tienen menos mocos que en Kathmandú y casi todos llevan zapatos e incluso, a veces, calcetines. No obstante, los niños de Bagthapur tienen hambre, aunque más que para el cuerpo les falta alimento para sus almas infantiles, es hambre de juego la que les invade, porque para comer han de aprender desde muy niños el duro trabajo de pedir o de vender alguna fruslería. Los más pequeños, que aún no saben pedir porque tampoco saben hablar, contemplan atónitos colgados de las espaldas de sus hermanos mayores el "juego" de la venta.

Todo lo demás, incluida la comida contemplando frente a nosotros una magnífica vista del Himalaya, la cena-buffet de fin de año y la tripulación de Aeroflot invitándome a acompañarles en su celebración del último dia (2,40 h más tarde), es pura anécdota, como lo es el que me tocara en la tómbola de la cena un viaje de Katmandú a Bangkok y que un camarero me quisiera comprar el billete por 100 dólares.

Enero - Sexto día
Es Año Nuevo y con él nos trasladamos a un nuevo país, a una ciudad nueva para nosotros y antigua para muchos, una ciudad sagrada: Benarés, Vanarasi o Varanasi.

El aterrizaje ha sido de infarto. Volábamos en un pequeño reactor y cuando ya estábamos prácticamente tocando el suelo el avión hizo una extraña maniobra en la que estuvo a punto de tocar el suelo con el ala izquierda sobre la que se encontraba mi asiento. Luego inició de nuevo el ascenso. La explicación: un avión de los grandes estaba aterrizando al mismo tiempo, le habían dado pista a la vez y ellos "pesaban" demasiado como para ascender desde tan baja altura.

Pero el encogimiento de corazón no había hecho más que empezar. Benarés es la ciudad por excelencia del Ganges, adonde los hindúes acuden desde todos los rincones de la India e incluso del mundo; hasta españoles han ido allí a sumergirse en sus aguas. Hacen ofrendas al sol y purifican sus cuerpos en el agua, orígen de vida en todas las civilizaciones.

Es la ciudad en la que he visto más leprosos y el mayor número de chamizos juntos del mundo. Alrededor de 1.800 kms. cuadrados de chabolas entremezcladas con alguna construcción más sólida y algún que otro hotel.

Describir esta visión es casi imposible pues hace falta más de un sentido para completar la imagen que luego queda grabada en nuestra mente.

La bruma se apodera del Ganges esa mañana. La salida del sol se intuye solamente. Poco a poco se despeja la atmósfera y los adoradores y oradores quedan al descubierto. Sus cuerpos semidesnudos parecen ajenos al frio y a la humedad intensos. Su fe es más poderosa que las inclemencias del tiempo.

El Ganges, orígen y fuente de vida, sirve de baño, de lavadero, de último transporte para los cuerpos cremados en sus orillas. A veces, junto a nuestra barca, vemos trozos irreconocibles y extremidades más fáciles de identificar, a medio quemar. Los familiares de los muertos no disponen siempre del dinero necesario para alimentar la pira. La mayoría de los vivos se dedican al aseo personal y se sumergen una y otra vez en las gélidas aguas turbias. Todo parece del mismo color gris. Como un fantasma surge de la niebla una barca llena de ropa recién lavada lista para ser depositada a domicilio en grandes hatos.

Sobre el agua se mecen pequeñas lamparillas transportadas en pétalos-barca o bien hojas-barca. Una sombra se acerca a nosotros sigilosamente; es un vendedor-navegante. Sí, también queremos contribuir con nuestros deseos a iluminar las aguas del Ganges. El hombre tiene unos bellísimos ojos azules que destacan como los de un gato en su piel morena. Aparenta por sus arrugas unos sesenta años, pero su mirada penetrante y sus manos, indican que no es tan mayor. Quizá unos cuarenta y cinco. La vida es muy dura para ellos.

Ahora, cuando me despierto por la mañana y recibo sin el más mínimo esfuerzo un espléndido zumo de naranja recién exprimida y un café humeante con tostadas calientes, me siento una reina. Ellos a veces no tienen ni agua.

Nepal o la India no son países para hacer turismo. Son detonadores de la conciencia. Por eso hay mucha gente que no lo soporta. Es difícil enfrentarse a la verdad, a nuestras miserias y falta de solidaridad.

Enero - Séptimo día
El vuelo a Kajuraho, último de los que aún no habían sido cancelados por la huelga de Indian Airlines, también ha caído.

Seguramente ha sido una fortuna porque nunca se nos hubiera pasado por la cabeza recorrer 450 kilómetros por una carretera en la que la palabra firme ha perdido su significado.

Tardamos más de diez horas en el recorrido pero mi estómago mejoró con respecto al dia anterior en el que se había aliado con el sentimiento y quedado encogido hasta el límite de la supervivencia.

En algunos momentos del camino me parecía estar viviendo relatos de Paul Bowles o de Elisabeth Eberhardt y no me refiero sólo a la travesía de la selva en la que Kim enredaba sus pasos.

Fueron diez horas apuradas, en las que nuestro viejo autobús de catorce plazas, fragil y con aspecto de irse a desmembrar en cualquier curva, se enfrentaba en una suerte de duelo a muerte o de ruleta rusa con autobuses de treinta plazas ocupados por cien personas apiñadas o con cualquier tipo de camión.

Conducidos por un auténtico experto nos disputábamos en un tour de force la estrecha carretera apta para un solo vehículo, el otro, el más débil y procedente de la dirección opuesta, se arrojaba bruscamente a la cuneta en el último instante antes de chocar de frente.

He llegado a la conclusión de que esta gente no tiene sangre. Por eso no saben de estrés. Mejor para ellos.

Paramos a comer nuestro picnic ofrecido por el hotel de Benarés, pero me seduce más probar con nuestro conductor, el ayudante y el guía, lo que ofrece el chiringuito de carretera en donde nos detenemos. Hay lentejas indias, peladas y con un sabroso gusto a curry. Los platos y cucharas de hojalata estaban relucientes, más que en el hotel al que llegamos por la noche (Ashok Kajuraho).

El guía es Licenciado en Filología Hispánica y está preparando su tesis. Empezó la especialidad con quince compañeros pero sólo terminaron cinco.

El 15% de los indios van a la universidad, me dijo. Hay unos 800 millones de indios.

El ayudante del conductor facilita el trayecto, quita piedras del camino, ayuda con el aparcamiento entre las multitudes que al estilo de las columnas de hormigas nunca se interrumpe más que accidentalmente por la intersección de un vehículo pesado, paga las tasas en los pueblos que limitan con el siguiente estado... en fin, se gana el sueldo.

En muchos de los pueblos por los que hemos pasado los niños estaban en la "escuela". Un techo plano de una casa o un solar no cultivado son el lugar común en el que los niños se arremolinan en torno al profesor.

Los cojos, los mancos, los niños con mocos largos y viejos, los leprosos y hasta los perros, en fin, los miserables, los desheredados y todos aquellos de los que al parecer un día será el reino de los cielos, son los primeros en acudir a la miel, nuestro autobús que, como otros con los que nos hemos cruzado –unos seis o siete a lo largo de los 450 kilómetros–, llevan el estigma del turista en la frente con un letrero que dice "Tourist Service" o bien "Tourist Bus".

Nuestro conductor es sij. Lleva un turbante perfecto y una cuidada barba, como corresponde a su linaje. Es alto y fuerte como lo suelen ser en la raza aria de la que proceden; por eso algunos tienen los ojos claros. Sabe su trabajo y lo hace a la perfección.

Llegamos a Kajuraho a las 10,50 pm y no queda tiempo más que para cenar. La mitad de los once que somos está enferma y la otra mitad seguro que lo estaremos más tarde.

Enero - Octavo día
La visita de los templos y sus esculturas eróticas han merecido los 450 kilómetros de carretera tercermundista. Nunca ví ni creo que existan templos semejantes en ninguna otra parte del mundo y desde luego no los hay de esa época (950-1050 DC).

Las posturas del Kamasutra, palabra que siginifica enseñanza del amor, o las de expertos yoguis, es lo que podemos contemplar en las fachadas de estos templos además de otras maravillas más conocidas y representadas.

Hay algo de misterioso en este lugar, cuidado al máximo y sin un papel, que contrasta con el inmenso basurero que parece la India que hasta hoy he conocido. Es patrimonio de la humanidad y la UNESCO, creo, financia su mantenimiento. Quizá será por todo eso. O porque nadie se explica el por qué de la construcción de estos templos en un lugar que no conducía a ninguna parte ni estaba de camino de nada en aquella época.

También hay algo de erótico en la propia contemplación de los templos, en la sonrisa del guía local cuando describe posturas o busca entre el grupo algún cómplice Escorpio para explicarle que la mujer que tiene tal animal esculpido sobre su cuerpo en estos relieves es para indicar una fuerte sexualidad.

Seguimos camino hacia Jahnsi por carretera unos 150 kilómetros. Es como no decir nada porque en realidad eso supone unas cuatro horas. Allí tomaremos un tren hacia Agra.

En el camino hemos parado en la ciudad fantasma de Orcha, llena de templos y con una fortaleza-palacio abandonada en la que algún listo se ha montado un "restaurante" para los cuatro turistas que caen por allí. Nos improvisan una comida

Hubiera deseado quedarme uno o dos días en la estación de Jahnsi. Siempre me gustaron estos lugares, y los aeropuertos. No me canso de observar a la gente y montar historias sobre sus vidas. Aquí el espectáculo eran tanto ellos como nosotros.

Entablamos conversación con un grupo de sij que toman el te allí en medio del andén y del bullicio. ¡Con mesa y mantel!

Una mujer y su niñita de grandes ojos negros totalmente bordeados con el negro kol, posan para mis fotos. También lo hacen los sij. Hacemos y nos hacen fotos. Luego insisten en que les mande copia de las mías y me anotan sus respectivas direcciones.

En el tren nos ofrecen te y otras fruslerías, pero con la comida que nos han dado, tipo tasca pero a lo indio, siempre de excelente calidad y precio incluso en los mejores hoteles (unas 400 pts.), no hemos querido de nada.

Conforme a lo previsto, la mitad del grupo que aún no había enfermado de catarro-gripe-colitis-mareo-repugnancia o ¡dios sabe qué!, está empezando a estarlo.

La llegada a Agra ha sido menos espectacular de lo que esperábamos excepto por el hecho de que estaba tomada por la policía. Más tarde supimos que se debía a un atentado contra el Ministro de Turismo, aunque sin consecuencias.

Enero - Días noveno y décimo
Así como la ciudad de Kajuraho (­tal vez deba llamarla pueblo porque en la macroescala de la India todo núcleo urbano que no tenga varios millones de habitantes sería el equivalente de los nuestros)­ no tenía nada que ver salvo los templos, Agra ciudad, tampoco lo tiene, a excepción del Tahach Majal y del Fuerte Rojo.

El Tahach Majal ­como lo pronuncian ellos­ que significa "El palacio de mi joya o de mi corona" y la fortaleza "Fuerte Rojo", son todo, pero nada menos, lo que merece ser visitado en Agra. En el fuerte fue encerrado el Sha Jahan por su propio hijo cuando pensó que su padre le dejaría sin herencia si completaba la chaladura de la construcción del Tahach Majal con la de otro palacio gemelo al otro lado del río y en negro en señal de duelo. Así podría siempre contemplar la tumba de su amada y difunta esposa (que ya la podía querer, porque murió en su último parto después de haberle dado otros trece hijos). Mientras se construía el mayor monumento al amor que nunca se levantara en el mundo, se instalaba en la fortaleza para hacer el seguimiento de las obras. Nunca más salió de allí.


Anoche cenamos espléndidamente en el Sheraton (por unas 1.200pts). No es de la cadena porque los nombres en la India se compran. Debe de funcionar de manera parecida a las franquicias. En cualquier caso ha sido un alivio después del horrible hotel Ashok de Kajuraho. Hemos recuperado nuestra alegría.

Salimos para Jaipur vía Fatepur Sikri. Otra prueba de cariño, esta vez de un mogol, Akbar. Un santón le predijo que pronto tendría un hijo varón, lo que hacía años que deseaba. La predicción se cumplió y en agradecimiento construyó para él este fabuloso palacio, al que trasladó su capital mientras el santón vivió. Me recuerda a la magnificencia de la Alhambra en Granada. Conviven los estilos musulmán e hindú gracias a una tolerancia que Akbar hizo posible como ya no lo es hoy en la India.

Subir a lomos de un elefante no es la experiencia más apasionante que yo haya tenido pero es bastante divertido. El vaivén se asemeja al del caballo, pero no quise ni imaginar cómo sería el de un elefante "al trote".

Los vendedores ambulantes y los fijos no dejan de acosarnos. "Bueno, bonito, barato". "Mira, mira". "Rupi, rupi", o bien "hola rupi" y otras frases por el estilo. A veces encontramos vendedores que hablan español a trompicones o itañol.

La mayoría se apañan con un inglés rudimentario y los niños, antes de decir mamá, saben decir "rupi-hola-rupi" y acompañan la frase con un gesto en demanda de dinero.

En cualquier caso, el palacio Amber es más que digno de verse y su salón de los espejos de una belleza inigualable. Todo el conjunto constituye una muestra más de la inteligencia de este pueblo tan antiguo como culto.

Tan sólo a unos kilómetros de Jaipur y parece un mundo aparte.

Jaipur fue concebida como ciudad-comercio o ciudad-mercado, y eso es lo que es y ha sido desde su fundación. Aquí los "acompañantes", esa gente casi siempre de unos diecisiete a veinte años, que no quieren sino practicar inglés o español y se arriman a tí y se convierten en tu sombra mientras paseas por las calles, no intentan vender nada pero ni ellos ni sus manos se despegan de tí hasta que con un gesto de la cara o incluso una palabra de tono imperioso les invitan a desistir.

Se sigue oyendo "Mira, mira, cachemira" o "Hola, hola, coca-cola". Aparte de este séquito espontáneo que llevamos incorporado, basta una mirada a una tienda, una simple ojeada y enseguida saldrá alguien a ofrecerte todas las maravillas de la tierra y parte del cielo, siempre, eso sí, en el interior de su comercio.

La ciudad antigua de Jaipur está tan sucia como cualquier otra de las que hemos visto hasta ahora. Amurallada, se divide en seis grandes zonas comerciales que se agrupan por especialidades, por gremios, como en las ciudades medievales de nuestra Europa.

Todo es color. Frutas, flores, en perfecto orden y contrastando siempre con el caos en que todo parece sumido en este inmenso país multiforme en el que uno queda atrapado y subsumido nada más entrar o tal vez encantado y hechizado como las cobras de los encantadores de serpientes.

Aquí, como en el resto de la India, las mujeres casadas se pintan con polvo extraído de flores. Una raya roja en mitad de la cabeza. Debe de ser ésta una tradición milenaria pues ya en los relieves de Kajuraho se ven esculpidas mujeres en actitud de untarse el polvo en la cabeza.

La fachada del Palacio de los vientos, cuyo color tierra rosa transparente hace que se conozca a Jaipur como la ciudad rosa, está llena de ventanitas por las que las mujeres del harén podían observar el bullicio de la calle sin ser observadas. Hoy es una muda espectadora del trajín de la avenida principal de la vieja Jaipur.

La cena, en el Rambagh Palace Hotel, que fuera un día residencia del último majarajá, hoy conservado por sus hijos gracias a esta fórmula de ingresos. Viven en una de las alas de este hotel de cuento de "Las mil y una noches". Altos techos, grandes arcadas y espaciosos y cuidados jardines, candelabros y enormes lámparas de araña... Este es el haz de la India cuyo envés se viste de chamizo miserable.

El espíritu del hindú no parece llamado al lucro personal. Si hoy hay para comer, bien; si no hay, ya habrá. Me venía a la memoria un taxista de Sevilla al que contraté por un día entero; al finalizar el servicio le pedía que regresara al día siguiente y me dijo: "mucha grasia zeñorita, pero me lo voy a gahta co la parienta, mejó contrata uhté a otro que yo ya tengo pa toa la zemana".

En la India siempre se puede vivir de la misericordia en la calle, en los templos sij...


Enero - Días undécimo y duodécimo
Salimos en autobús en dirección a nuestro último destino en la India, Delhi, o mejor dicho New Delhi, pues ésta es la verdadera capital.

La nueva Delhi presenta un urbanismo hasta ahora ausente en casi todas las ciudades que hemos visto y digo "casi" porque en Jaipur los edificios de la parte antigua muestran una cierta disposición urbanística.

New Delhi cuenta con enormes avenidas que contrastan drásticamente con las callejuelas de Delhi y el caos que nos parece habitual: cada cual parece construir con arreglo al consejo de su propio criterio y por tanto no hay dos edificios iguales.

Pero estas grandes avenidas planificadas por los ingleses y cuyo epicentro es Connaught Place (en memoria del Duque de Connaught), no concuerdan con lo que nos encontramos en sus aceras. De nuevo caos y desconcierto en la construcción. Algo tiene Madrid de esto, en menor escala y en el parámetro de un país desarrollado, que le da ese encanto particular para tantos extranjeros que proceden de ciudades perfectamente urbanizadas.

Lo más interesante de Delhi ha sido la visita a un templo sij. Toda la gente que acude al culto trae una ofrenda de comida. La mitad de su recipiente va a parar a uno mucho mayor para ser compartida con los más pobres, la otra mitad es para sí mismo y sus familiares y amigos. Yo he hecho cola con los pobres extendiendo mi mano al llegarme el turno para que me depositaran un pegote de comida, el resultado de la mezcal que poco a poco ha ido llenando el enorme pote y que tiene por ello un sabor difícil de definir pero agradable, algo dulzón. Para el naán no he esperado pues ya conocía su sabor.

La devoción es inmensa y el calor humano en una época en la que las temperaturas son medias, flota en el ambiente por encima de los pies descalzos. La música, junto al "altar" de ofrendas florales, suena dulce y acompasadamente, todo el día y la noche.

Cuantos trabajan aquí, incluidos los oficiantes, lo hacen de forma voluntaria y sin remuneración. Las tortas de harina sin levadura se están preparando sin cesar para ofrecerlas hasta saciar a cuantos tienen hambre, a veces casi congénita, sin importar su religión.

Los sij no se cortan nunca el pelo, por eso lo recogen en sus interminables turbantes perfectamente arrollados, ni la barba, contenida en una redecilla para que no les estorbe. Su aspecto es siempre pulcro y su coquetería equiparable a la de la mujer. Realmente tienen de qué enorgullecerse pues son altos, de hermosas facciones, con aspecto noble.

Hitler tomó de ellos el símbolo de la esvástica (vista desde detrás), ya que los consideraba, por su descendencia directa aria, como la raza más pura.

Cuando salimos del templo una joven cargada con su bebé en brazos pedía limosna a la puerta y un hombre que bajaba la escalinata junto a nosotros empezó a increparla. No entendíamos por qué aquél hombre le gritaba y parecía estar a punto incluso de pegarla y le pedimos a nuestro guía que nos explicara. Al verla pedir le había dicho enfurecido que eso no podía hacerlo delante de un templo sij donde podía comer cuanto quisiera.

También hemos visitado una mezquita india, en uso, igual que otra que vimos en Jaipur, dentro del recinto de la Universidad, donde los fieles bebían una mezcla blanquecina en la que hay orina de vaca, yogur o leche y agua del Ganges, por lo menos. Debe de purificar el espíritu aunque tengo muchas dudas acerca de sus efectos sobre el cuerpo.

También estaban las campanas de la fidelidad, que sólo he visto tocar a los hombres, pendiendo del techo en gran número y a la entrada del recinto.

Al final del viaje hemos sabido que nuestro guía pertenece a la casta de los bramanes o sacerdotes. Todavía hoy, nos dice, la división social en castas se mantiene en una lto porcentaje y las parejas se forman con miembros de la misma casta.

Después de comprar medio Delhi y de tragar todo el porvo correspondiente a nuestra condición de turistas que meten las narices en todo y se dejan transportar en tuc-tucs o jig-saws motorizados, hemos hecho nuestras maletas y dicho adios a este país que no puede describirse con palabras, donde cada una de nuestras miradas encuentra una respuesta que puede inmortalizarse en nuestra mente o nuestra retina o ser rechazada por falta de capacidad de asimilación y comprensión.

No sé si podría resumir en una sola frase lo que aquí se siente, pero si tuviera que hacerlo por encima de todo diría que la India es como la piel del mundo que yo he conocido hasta hoy.


Enero - último día
Nuestro tránsito por Karachi, ex-capital de Pakistán, marca el fin de este viaje del que yo salgo enriquecida, no sólo culturalmente sino espiritualmente también.

Una visita fugaz en un taxi nos ha permitido hacernos una idea de lo que es esta ciudad, de zonas residenciales de corte europeo y calles sucias.

Nuestro conductor me dio la clave de la división de la India y Pakistán. Dice que ellos saben convivir e incluso casarse con católicos porque nosotros tenemos libros que nos enseñan una doctrina y también tenemos un dios, igual que ellos, pero que no pueden mezclarse con los hindúes porque no tienen un dios, ni libros en que basar sus creencias.

Como siempre, el hombre es lobo para el hombre.

1992





















El traje de madera de pino

Agustín “er perdío” tenía una parcela de treinta por cuarenta metros junto a la carretera. Allí iban a parar las tablas que le sobraban de los ataúdes que construía en su taller de carpintería y, poco a poco, fueron tomando la forma de algo parecido a una casa. “Me distraeré con el ir y venir de los coches”, pensó. Pero la casa era tan pequeña que no había lugar para un cuarto de baño y “además”, decía para sí, “cuando esté moviendo las tripas no voy a poder ver a la gente que pasa” y fue así como se le ocurrió la solución perfecta. Se fue al Campo de los Cuervos donde la gente de Baeza se deshacía de los trastos viejos y allí se hizo con una nevera Kelvinator de dos puertas , se la llevó a su parcela , la vació por dentro y puso dos asas en el interior, quitó el fondo y cavó una fosa en el suelo. Cuando sentía el apretón allá que se iba y entre retortijón y retortijón asomaba la cabeza por la puertita del congelador. Cuando el agujero se llenaba enterraba las huellas de su obligada visita y trasladaba el tinglado valiéndose de las asas que colocara para tal fin a la altura de sus manos, recomenzando el proceso en un nuevo emplazamiento.
Desde su atalaya privilegiada decía dominar el tráfico y cuantos pasaban murmuraban “mira ahí está er perdío tan agustín”. Le habían puesto ese apodo porque siempre andaba borracho y en más de una ocasión tapa y caja no encajaban por lo que los pedidos cada vez iban a menos y se pasaba el día en su “casa de recreo”, aunque decía que no entendía : “Cómo se ponen por na” porque total luego se le clavaban unas punticas a la tapa y el muerto no se salía, en cambio nadie se enfadaba ni se molestaba cuando al muerto le echaban “una jartá” de tierra por encima .
Agustín se consideraba más que un carpintero un filósofo, decía que lo importante no era el tamaño sino el hábito, ya que iba a ser el definitivo, así fue como se hizo el suyo, se lo llevó a la parcela y todos los días se echaba en él la siesta para “hacerse el cuerpo al traje”.

Presentaciones

Se sentaron el trío autor, el presentador, el prologuista y el académico, todos en fila de cara al público, como mandan los cánones. Cada uno parapetando su timidez tras el micro. Todos con su chuletilla, con poco de diminutivo. El público tosió y se movió pasados los primeros minutos de absoluto silencio. En el estrado intercambiaron miradas, manosearon sus papeles y por fin arrancaron.

Allí arriba se pasaron la palabra unos a otros, casi casi como en un partido de pelota, invocaron a Azorín y a otros coetáneos , tildaron al trío autor de la obra presentada de tardíos noventaiochescos, y ellos, entre tanto ir y venir de elogios, mudos, sin asentir ni negar, como si no fuera con su obra. Y a mi me entraron ganas de escribir porque siempre fui rebelde y me gustó invertir papeles y situaciones, y me divertía la idea del espectador que se hace protagonista del relato en el que las verdaderas estrellas son los autores de la obra presentada. Como en la película de Woody Alen “La rosa púrpura de El Cairo” donde los personajes salen de la pantalla para mezclarse con el público y ya no se sabe qué es ficción y qué realidad, todo ello dentro de otra ficción.

Yo quería romper el rito, más que un antojo era un sentimiento visceral que me arrastraba aunque yo también fuera mudo testigo. Observaba sus tics, su tedio y sus ganas de que la página de presentación pasara para dejar de ser “narrados” por el presentador y por el prologuista y por el académico y convertirse por fin en verdaderos protagonistas, pues seguro que en algún momento les darían la palabra a ellos tres para que cada uno leyera uno de sus cuentos y, entonces sí, serían el centro de atención, como lo eran a su pesar sus dignas calvas coronadas de indignos cabellos haciendo la toga para ocultar lo inocultable.

Pero no, no hubo tal protagonismo y el ciclo de palabras se cerró sin dar paso al orgullo, como debe ser.

Leyenda de la Tatuana

Apareció en mitad de la plaza del pueblo como quien planta un árbol y espera que de fruto al instante. Erguida hasta la arrogancia, saludable y en ademán de invitar a la cata del fruto prohibido. Dijeron que había llegado en barco sin que pudiera afirmarse que lo vieron arribar en playa o puerto alguno.
Corrían los tiempos de la Inquisición y su temible brazo castigador conseguía vadear las aguas del Atlántico sin perder nada de su lava destructora, cuando la mujer más hermosa a la que accediera mirada humana se presentó bajo el nombre de Tatuana.
Apenas transcurridos unos meses, y sin que tampoco nadie pudiera explicar de dónde salieran los dineros, montó casa. Y era casa de postín y mucha juerga por la que no hubo hombre maduro ni joven que no se dejara caer , cuando menos, alguna nochecita.
El tiempo pasaba y los adoquines se embriagaban noche y día de chillones atuendos coronados por generosos escotes.
Todos sabían y callaban, hasta que llegó el día en que la Tatuana celebraba fiesta de aniversario de la feliz inauguración de su casa cuando con mandado de la Inquisición vinieron a buscarla y a prenderla.
“Y de qué se me acusa” quiso saber. La respuesta sólo llegó tras varios días de encierro al conducirla ante el Tribunal . Se le acusaba de bruja por haber hechizado a todos los hombre s de la localidad, amén de muchos extranjeros de paso.
No tuvo defensa ni tortura pues la condena fue inmediata: moriría quemada viva.
La Tatuana, aún espléndidamente ataviada de fiesta en la víspera de su ajusticiamiento, miró desde lo más profundo de sus negros ojos a los de su carcelero y le rogó que le concediera un último deseo: un carbón para dibujar.
Por la mañana vinieron a buscarla para conducirla hasta la pira. En uno de los muros, con trazo firme y algo infantil, se veía navegando y alejándose un velero como el que decían que la había traído alas costas de América, el catre aún caliente y la celda vacía.